Publicado en 1966, empieza con una extensa discusión de Las Meninas del pintor español Diego Velázquez, en atención a su complejo juego de miradas, ocultamientos y apariciones. De ahí desarrolla su argumento central: que todos los periodos de la historia poseen ciertas condiciones fundamentales de verdad que constituyen lo que es aceptable como, por ejemplo, discurso científico. Foucault argumenta que estas condiciones de discurso cambian a través del tiempo, mediante cambios generales y relativamente repentinos, de una epítema a otro.
“Las palabras y las cosas” puso a Foucault en el primer plano intelectual de Francia. Jean-Paul Sartre atacó a Foucault como la 'última muralla de la burguesía' a propósito de este texto.
Es necesario concebir el discurso como una violencia que se ejerce sobre las cosas, en todo caso como una práctica que les imponemos; es en esa práctica donde los acontecimientos del discurso encuentran el principio de su regularidad.
Lo que importa es mostrar que no existen, por una parte, discursos inertes, y, por otra, un sujeto todopoderoso que los manipula, los invierte, los renueva; sino más bien que los sujetos parlantes forman parte del campo discursivo –tienen en él una posición y sus posibilidades de desplazamiento, y una función y sus posibilidades de mutación funcional. El discurso no es el lugar de la irrupción de la subjetividad pura, es un espacio de posiciones y de funcionamientos diferenciados para los sujetos.
El objeto de las ciencias humanas no es el lenguaje (hablado sin embargo por ellos solos), es ese ser que, desde el interior del lenguaje por el que está rodeado, se representa, al hablar, el sentido de las palabras o de las proposiciones que enuncia y se da, por último, la representación del lenguaje mismo.
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